miércoles, agosto 20, 2008

La batalla de Bolivia. Recién llegado hasta nuestros correos.

Juan Diego García (especial para ARGENPRESS.info)

El abrumador respaldo otorgado a Evo Morales por el pueblo de Bolivia
en el pasado referendo (más del 67%), superior inclusive al porcentaje
que lo eligió presidente y con incrementos muy significativos en las
regiones separatistas bajo el control de la derecha, despeja muchas
dudas. Pero los apoyos alcanzados por los Prefectos rebeldes,
desconociendo los resultados que le son adversos y sobre todo llamando
abiertamente a la intervención militar y la guerra civil arrojan
enormes sombras sobre el panorama inmediato de este país andino.

Resulta sintomático que mientras el gobierno central se ha mantenido
escrupulosamente dentro de las reglas del juego democrático, la
oposición ha traspasado la línea de la legalidad una y otra vez, en
plena armonía con las tácticas clásicas del golpe de estado. La
derecha ha saboteado la redacción de la nueva constitución (sin
éxito), ha promovido referendos separatistas ilegales y violenta
sistemáticamente la voluntad de la ciudadanía mediante el terror en
las calles. Perdido el gobierno central conserva sin embargo un enorme
poder pues controla aún los resortes principales de la economía
(bancos, fábricas, grandes comercios y sobre todo el latifundio) y
posee casi un monopolio completo de los medios de comunicación
mediante los cuales adelanta las típicas campañas de desinformación,
manipulación y siembra de zozobra entre la población. Además, gobierna
en algunas regiones (las más ricas).

Los gobiernos progresistas del área apoyan a Morales, no solo porque
comparten en líneas generales la orientación social de su programa y
adhieren al espíritu nacionalista de sus medidas sino también –y en no
poca medida- porque todos temen las tendencias separatistas que bien
podrían fomentar fenómenos similares en sus propios países. Sobre todo
cuando esos movimientos contrarios a la unidad nacional están
promovidos y financiados desde el exterior por gobiernos
metropolitanos y compañías multinacionales, ambos muy afectados por su
pérdida de influencia en la zona.

El mayor temor de la derecha es que se apruebe la nueva constitución.
En particular, se destaca la oposición cerrada del gremio
terrateniente que teme una reforma agraria integral que socave los
fundamentos de su misma existencia. Pero también se oponen los demás
sectores del gran capital que tanto se han beneficiado de las
anteriores políticas neoliberales. En su empeño están respaldados
abiertamente por la embajada de Estados Unidos que conspira sin
ninguna discreción, financia con generosidad sus iniciativas y apoya
políticamente a la derecha en su intento por derrocar a Morales.

Con el presidente está la gran mayoría del pueblo, a juzgar por las
votaciones recientes. Evo cuenta por ahora con un capitalismo de
estado aún de modestas dimensiones, fruto entre otras cosas de las
nuevas medidas de control de las multinacionales; ha tenido el
respaldo de las fuerzas armadas (que no es poco) y parece confiar no
solo en el nacionalismo de los militares sino también en su misma
extracción étnica y de clase. La derecha, en cambio, sabe que es
minoritaria y ni siquiera los buenos resultados en algunas regiones le
dan suficientes garantías. De hecho, la participación en los llamados
referendos autonómicos fue bastante lánguida, introduciendo grandes
dudas sobre el supuesto apoyo abrumador que la derecha alega poseer.
¿Hubieran sido reelectos los prefectos separatistas si en sus
localidades las elecciones hubiesen sido realizadas con plena libertad
y sin el terror implantado por las bandas fascistas de las “juventudes
cruceñas” contra los partidarios de Morales ?.

Pero su falta de respaldo lo compensa sobradamente la derecha con su
poder económico, su control mediático y la esperanza –nunca perdida-
de un golpe militar que venga a salvarla. Si Morales consigue empezar
a reformar radicalmente la tenencia de la tierra (para lo que es
indispensable el respaldo del ejército y la policía) desatará un
proceso social imparable que dará al traste con la parte más agresiva
de la oposición y debilitará mucho las tendencias separatistas.
Además, el presidente boliviano tiene margen para negociar con las
regiones el reparto de los beneficios de los recursos naturales
quitando así a los separatistas su bandera más preciada. El gobierno
central no puede tolerar sin embargo que grupos de matones se apoderen
de las calles, humillen en la plaza pública a los representantes de
los indígenas (un espectáculo de racismo transmitido al mundo por la
televisión), impidan a las autoridades hacerse presentes en las zonas
rebeldes y apaleen delante de las cámaras al jefe de la policía de
Santa Cruz, sin consecuencias (al menos que se sepa). Que un
latifundista gringo se permita el lujo de echar de su propiedad (a
tiro limpio) al ministro boliviano de la reforma agraria, parece la
gota que colma el vaso.

La batalla de Bolivia demuestra que, al menos en estos pagos, no basta
con tener razón; no es suficiente contar con toda la legitimidad y
moverse dentro de unas leyes que, entre otras cosas, no creó el pueblo
sino esa misma burguesía levantisca, racista y belicosa que ahora las
desconoce y viola con la mayor impunidad.

La batalla de Bolivia remite nuevamente al debate sobre las
posibilidades reales de un régimen democrático burgués en países en
los cuales aún dentro del capitalismo parece imposible realizar
reformas y abolir privilegios aberrantes. Unas clases dominantes cuyo
principal objetivo es vegetar en la incuria, expoliar a las mayorías y
parasitar a la sombra de sus protectores imperialistas se acomodan
bastante bien a proyectos como el neoliberal pero por la misma razón
se sienten amenazadas por procesos de desarrollismo y nacionalismo y -
como no podía ser de otra manera- se aterrorizan ante la perspectiva
de un cambio de orden social que las obligue a trabajar, a ser útiles
y productivas, a practicar aunque sea por una vez en su existencia el
ideal calvinista que se supone condición indispensable para generar el
capitalismo.

Evo Morales tendrá que jugar a fondo sus cartas si quiere retomar la
dirección del proceso. Tiene al pueblo consigo; tiene el apoyo de los
pueblos vecinos y la simpatía de muchos gobiernos latinoamericanos;
tiene, por ahora, no solo las armas de la ley sino las armas mismas
que puede y debe usar en defensa de los intereses mayoritarios de la
población. En la batalla de Bolivia parece que el pueblo ya ha
manifestado claramente su decisión de ir hasta el final. Ahora,
Morales y su gobierno no pueden ser inferiores a tanta generosidad y
entrega, no pueden defraudar las ilusiones de tantos millones de
gentes que han puesto en ellos la responsabilidad de dirigir no solo
la batalla presente sino las muchas que depara el futuro y que el
pueblo no se puede dar el lujo de perder.

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